¿Hay pitufos nuevos, tío Eduardo?

¿Hay pitufos nuevos, tío Eduardo?, le decía yo con mi media lengua de cinco años cuando iba a verlo a la Papelería Vinci. Hacía poco tiempo que él había dejado la distribución de productos de ganadería por toda la provincia de Córdoba. Y empezaba con ilusión con la papelería que tan bien ha mantenido todos estos años toda la familia. Y así le dedicaba más tiempo a sus olivos del Retamar. 

Como sobrino, siempre vi en mi tío a una persona tranquila, afable y con muy buen humor. Pero no ha sido hasta hace unos meses, al perder él casi por completo la vista, cuando me he dado cuenta de que estaba hecho de una pasta especial. No sé si por haber vivido en otras épocas de escasez, por haber visto cosas duras que ahora están casi olvidadas, por haber llegado a los ochenta rodeado del inmenso cariño de su familia… No sé los motivos, pero mi tío Eduardo, al igual que todos sus hermanos, al hacerse mayores y aparecer los achaques nos enseñan una alegría, una forma de disfrutar de lo que tienen cerca, de no cargar a los demás con sus goteras, de saber ver el lado bueno de todo, que me río yo de los libros modernos de autoayuda. 

Decía ayer don Alejandro que, los que hemos tenido suerte de estar cerca del tío Eduardo, hemos podido entender mejor cómo es Dios. Y ahora me arrepiento de no haber ido más veces con él a pasear por el Retamar a ver sus hojiblancos recién plantados. «Llamad a Ricardo, a ver qué están haciendo ellos en los olivos». Eres tú, tío Eduardo, quien me enseñabas y me sigues enseñando. 

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